Un pupitre en Liberia

La vida desde el otro lado, el que ya conocía

ALEJANDRA BERNARDO/Vigo Pontevedra España. Huele bien. Mi maleta todavía a tierra y humedad. A mí, ayer me embargaba el desasosiego, hoy de nuevo las ganas de comerme el mundo.

Llevo ya dos días enteros aquí. Abro mi armario y huele no sólo a limpio. Un poco a perfume también. Abro el grifo y sale agua. Un pestillo y no se rompe nada. Salgo a la calle. No es necesario que mire a derecha e izquierda, lo normal es que no ocurra nada. Conduzco mi coche con tranquilidad. Muy difícilmente me dejará tirada y si lo hace esto está lleno de gente, de teléfonos y de fórmulas para resolver cualquier incidencia. Vigo está de fiesta. Es verano. Las fiestas, la gente, la música y la algarabía limpia y ordenada llenan las calles.

Me gusta y me siento bien. Esta vez, yo no disfruto mucho de las fiestas y la calle. Debo hacer mi mudanza y resolver un puñado de papeles y cosas pendientes que con suerte me ayudarán a pasar completamente la página. Si tengo menos suerte quizás tenga que pasarla con un poco más de dolor y volviendo al párrafo anterior cada dos por tres. En cualquier caso es mandatorio, tengo que seguir escribiendo este libro. Mi vida. Veo las páginas en blanco que están por escribir, la tinta, mi mano, y siento la fuerza para escribirlas a pesar de las lágrimas que sé que vendrán y con ganas de las risas que también habrá.

Cuando era pequeña me enseñaron a prosperar. A hacer lo posible para mejorar. Para seguir adelante. Para buscar un futuro mejor. Ahora sé que ese futuro tiene un precio que yo no estoy dispuesta a pagar. Por supuesto quiero un futuro mejor pero no a costa de la vida de otros, de la comodidad de otros, del respeto por otros. Y del tiempo, el tiempo que tengo para abrir los ojos y ver, abrir el corazón, la piel y sentir, el tiempo para dedicar a mi hijo, y el tiempo para dedicar a las cosas que hace que la vida, mi vida tenga sentido y sirva de verdad para decir aquello, de “estuve aquí”.

Ojalá podamos seguir haciendo lo mejor para los que vengan detrás y en esa carrera vertiginosa hacia adelante no nos olvidemos de los que se quedan atrás.

Sí, estoy nerviosa. Tiemblo de miedo, de susto y de incertidumbre. Me sacude la prisa. Me intranquiliza. Pero me paraliza la miseria y me mueve la creencia de lo mucho que todavía puedo hacer. Creo en el futuro. En un futuro distinto. Próspero aunque limpio y prestado. Si presto mis libros por qué no voy a prestar mi futuro para que el de otros sea mejor, por ser mejor en sí mismo y por ser a la vez compartido?.

Dicen en mi pueblo “patrás nin pa empuxar”. No tengo claro si ha sido de tanto oirlo, si es porque lo llevo en las venas o si es que he tenido la suerte de que me haya calado hondo,…Lo cierto es que por más que lo pienso no sería capaz de volver a trabajar sin descanso, viendo a mi hijo no más de una hora y media al día y siendo una persona que no quiero ser.

Duro. Sacrificado. Pero reconfortante. Gracias madre, aunque nunca te haya llamado madre, sino mamá, por darme el coraje de emprender el camino de mi verdad personal.

 


 

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