ALEJANDRA BERNARDO/Vigo Pontevedra España

00:24 am madrugada del último domingo de este agosto…el sábado ha sido un día especial donde los haya.

Un sábado compartido con las dos personas que más me han ayudado este último año y las que más me han querido bien, a pesar del poco tiempo que hace que las conozco. Y un sábado exprimido de un hijo al que quiero y del que quiero hacer una buena persona, mejor que yo, sólo así sentiré que en esta vida habré triunfado.

Hoy siento una gran pena porque finalmente no podré tenerle conmigo en lo que será el segundo proyecto personal más importante de mi vida. El primero fue él. Y contenta a la vez porque voy a poder realizarlo o eso parece. Siempre podré contárselo. Y si yo no estuviera, podrá leerme algún día. O alguno de los que me conocéis podréis contárselo. Quizás cada uno de vosotros podáis contarle una parte de su madre. La parte con la que os hayáis podido quedar. La que más os haya servido. Y la que menos para que no me copie.

Hoy hemos jugado a las palabras en inglés y me parece tan grandioso su interés y sus ganas de aprender como la estupidez de que no pueda acompañarme. Pero como no quiero dar a mi hijo una lección equivocada y reproducir en él de nuevo los males  (esos de los que todos nos quejamos) de lo que llamamos “nuestra sociedad”, si es que es nuestra, he decidido no pelear y deliberadamente perder esta vez. Más bien entregar las tierras sin peleas. Al fin y al cabo pelearse no está bien y menos por un hijo, porque si es hijo de una madre también lo es de un padre. Y si ella siempre hará lo mejor por él, también lo hará él.

También hoy he tratado (conscientemente) de exprimir los abrazos y los besos, las caricias, las cosquillas, las risas, las riñas, las caras, los mimos, los caprichos y las miradas que me alimentarán mientras trabaje a destajo para conseguir que otras personas sonrían como lo hace Mario. Sé lo que está por venir. Preparada para ello tengo ya el escudo en la mano. He leído el manual de instrucciones. Nunca lo había usado y dicen que nunca es tarde para aprender. No tengo claro que vaya a querer usarlo o que vaya a necesitarlo. Lo único que sé con certeza es que echaré de menos el contacto, la piel y el despiértate que ya es tarde, los deberes, hundir la nariz en su ropa para olerle cuando él se va por la mañana y cuando yo llego a casa.

El tiempo pasa volando decimos siempre. De repente, no sé cómo! -he dicho alguna vez- tengo casi 38 años. Sólo espero que este tiempo que está a punto de comenzar, se me pase tan pronto como pronto se pasa ese que siempre reclamamos. Y espero poder volver con una mochila llena de imágenes, de páginas,  de lecciones aprendidas que poder contar y con las que poder enriquecer la vida de lo que más quiero….. leer más

También te puede interesar