JOSÉ MANUEL PENA/ De jóvenes muchos acudíamos a oír misa por obligación, ahora algunos vamos simplemente por devoción, de manera libre y consciente. Resulta algo extraño, en los tiempos actuales, ver a personas de mediana edad que se declaran católicos practicantes, cuando la moda está en no creer en nada a no ser en uno mismo. Nadie debería avergonzarse por manifestar públicamente sus creencias religiosas. La fe es algo personal e intransferible y cada uno la vive a su manera, unos de forma dogmática y otros son más abiertos y tolerantes.
Ya está bien de que nos metan a todos en el mismo saco. Ser creyente no significa colgarse el San Benito de persona seria, de derechas y tradicionalista; muchos somos alegres, de centro izquierda y vanguardistas, además de creyentes. En nuestro país queremos ser más papistas que el Papa y este atrevimiento, en demasiadas ocasiones, nos lleva a ser poco tolerantes con las opiniones y creencias de los demás. Nuestra verdad es absoluta y lo que opinen los demás nos tiene sin cuidado.
La mayoría de los primeros cristianos eran pobres, humildes y solidarios. Hoy hay jóvenes que desean continuar con esas directrices, ofreciendo respeto pero también exigiendo el mismo respeto de los demás que no piensan como ellos. La propia Constitución española, en su artículo 16, establece que “se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades…”, con ello se pretende garantizar la convivencia democrática y consolidar el Estado de Derecho.