El Lector

Amor eterno

JOSÉ MANUEL PENA/ Amor, respeto, cariño, afecto, devoción o algo similar es lo que sentía por sus progenitores. Con cada amanecer comienza su peregrinación al campo santo como lo lleva haciendo desde hace más de diez años.  Es hijo único y la muerte repentina e inevitable de sus padres le llevó a ser amigo de sí mismo y habitar, en soledad, la vivienda familiar.

Es un hombre de mediana edad, su actividad laboral y sus limitaciones físicas no le impiden recorrer cada día, por la mañana y por la tarde, los más de tres kilómetros que separan su casa del cementerio. Allí comparte momentos inolvidables frente a la tumba de sus padres.

Lo veo pasar todos los días desde mi ventana, con evidentes dificultades para caminar, paso a paso, cubre su itinerario como si fuese un peregrino convencido de la necesidad de hacer el camino y llegar al final para lograr su objetivo: agradecer el cariño recibido de sus padres y al mismo tiempo recordar en silencio la felicidad perdida.

Pepe es todo un personaje en el pueblo. A muy poca gente le es ya indiferente el amor eterno que le guarda a sus padres. Su peregrinar no le supone ningún sacrificio, más bien un bienestar y una satisfacción personal envidiable y poco habitual, en los tiempos actuales. Es consciente de que sus padres están más presentes que nunca en su memoria, por eso simplemente es feliz.

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