Se hicieron de rogar. Eran las 11 de la noche y todo el mundo miraba ansioso al puente de la circunvalación que cruza Bouzas y a las luces encendidas. Apagarlas siempre ha significado que llegaba el plato fuerte de las fiestas, que todavía duran dos días más. Pero en esta ocasión ni se apagaron las luces ni comenzaron puntuales.

Un cuarto de hora después daban comienzo media hora de luz, color y ruido que, a ritmo de la poesía de Manolo Vilanova, la música de Teo Cardalda creada para la ocasión y la voz de Maximino Queizán si tenías la suerte de tener un altavoz cerca. Pantalla gigante y palco tuvieron que competir con las atracciones al otro lado de la carretera. Si decidiste ver los fuegos desde el otro lado del puente, hacia Alcabre, o desde cualquier otro punto de la ciudad te perdiste el hilo conductor, que este año dio alguna que otra sorpresa.

A lo largo del paseo de Bouzas, de la playa, de balcones y terrazas miles de personas para disfrutar de las toneladas de pólvora en forma de los clásicos faroles, paracaídas o palmeras en una combinación espectacular de colores que por momentos dio la sensación de que volvía a amanecer y una atronadora traca final que hizo temblar los tímpanos de todos los que se encontraban a menos de 500 metros. El mar, lleno de embarcaciones que no quisieron perderse la oportunidad de vivir los fuegos casi al ras. Todo, como no, gracias a la veterana Xaraiva.

Eso sí, volver a casa en coche volvió a convertirse en una verdadera tortura. Alcabre y la Avenida de Atlántida se colapsaron y hubo que echarle mucha paciencia para salir de lo que parecía una ratonera con coches por todos lados y en todos los sentidos.


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