Nacional Vigo al minuto

Ni de aquí ni de allá y a la vez, de tantos sitios

Tengo la suerte, como catalana de la Barceloneta, de conocer otra España. Una España que no es el PP, que no es Rajoy, que no es esa guardia civil o policía nacional que ha golpeado, arrastrado y maltratado a muchos catalanes de los que, hasta hoy, me sentía muy lejos.

He vivido en Galicia, en Murcia y en Castellón. Nunca me he sentido atacada por ser catalana y siempre he encontrado un hombro sobre el que llorar si me ha sido necesario.

He vuelto a mi tierra en el peor momento. No entiendo a los independentistas que defienden una república que dicen va a ser mejor. ¿Cómo de mejor? De momento solo sé que la proclamarán de la mano de un partido igual que el PP y que ha votado siempre con él en Madrid. He intentado explicar mis argumentos, que España no nos roba, que la gente madruga igual y trabaja igual, se desloma y se manifiesta, que España no es el 30% de personas que votan al PP.  Y haciéndolo me he sentido una extraña en mi casa constatando que ya no tengo apego a los lugares, sólo a las personas.

Cada vez que opinaba en Facebook me decían que no buscara razones o metiera el dedo en la llaga, me desautorizaban y me hacían sentir menos catalana y una especie de traidora con Catalunya. A veces, incluso “facha”. Quiero un referéndum pero pactado, no un 1-O, nada más.

Ya no tengo patria, ni bandera y sin embargo convivo todos los días con una que se ha hecho la dueña y señora de nuestras calles, nuestras plazas y nuestros balcones. En los grupos de whatsapp, aún sabiendo que no comulgaba con sus ideas, mis amigos me han estado ametrallando día sí y día también con proclamas independentistas. Me animaban a debatir cuando sé, a ciencia cierta y por experiencia, que cuando se trata de sentimientos nadie quiere escuchar y la pasión sobrepasa a la razón. Soy de esas personas que reconoce que sí que hay fractura social en Catalunya y que evita el “tema” con su familia y sus amigos por no acabar en una discusión sin fin. Por no volver a casa con un regusto amargo, de incomprensión… Al menos eso creía hasta hoy, porque es inevitable no unirse en el rechazo y la denuncia de lo que ha sucedido.

Entiendo este conflicto como una lucha entre dos gobiernos  a los que el 15M no les gustó demasiado. Encontraron la mejor forma de dividirnos y no lo dudaron. Empezaron una carrera de despropósitos para engordar cada uno sus propios resultados electorales. Hay que llevar a Mas ante los tribunales, hágamoslo el día en que se conmemora la muerte de Companys. ¿En serio? ¿No había otra fecha? ¿Qué se buscaba?

Todo lo han ido convirtiendo en símbolos, se han retroalimentado. Los catalanes, utilizando la astucia que les ha llevado a tensar la situación, saltándose incluso las normas del propio Parlament de Catalunya y dando un espectáculo bochornoso en el mismo. Organizando unas elecciones “plebiscitarias” que dejaron de serlo cuando los resultados fueron los que fueron. Los españoles, utilizando los tribunales, politizando la justicia y no queriendo entender que la bola se estaba haciendo muy grande, tanto que creo ya no saben ni unos ni otros cómo pararla sin que les salpique en exceso.

El 1 de octubre, me quedé en casa. No me sentí llamada a participar en otro de los tantos “días históricos” del soberanismo catalán. Pero, a lo largo del día, viendo la televisión, no podía creer lo que estaba pasando. Esos catalanes de los que me sentía alejada han recibido una respuesta desmesurada de un gobierno inepto e incendiario. El corresponsal de “The New York Times” lo decía esta tarde en La Sexta. ¿Para qué esa respuesta? No es necesaria, el referéndum no va a poder ser vinculante. Sin sindicatura electoral, dejándoles sin soporte informático, creo que ya era suficiente.  Acaso, ¿saben hacer política, que es para lo que les pagamos?

Y me pregunto desolada, sintiéndome fuera de lugar, ni de aquí ni de allá,  ¿dónde quedan mis argumentos para seguir en España? Siguen ahí porque no pienso en territorios ni nacionalidades, pienso en las personas. En Montse, Sofía, Carmen, Ana, Natalia y mis cariños de Vigo. En Maite, en Bea, Mara, en Sole y mis cariños de Coruña. En Gemma, en Nuria y mis cariños de Castellón. En Yolanda y mis cariños de Murcia. Pero también pienso hoy en todos los que han defendido su derecho a votar que son mis amigos también, mi familia, mis vecinos y mis cariños de Canet y de Barcelona. Por eso, al final, he bajado a la calle y me he puesto a su lado.

Como siempre, quienes han recibido han sido los de abajo. Los que no dudan en defender en lo que creen. Los políticos como Rufián, Puigdemont o Jonqueres, ¿dónde estaban mientras en el pueblo de mi hermana y tantos otros cargaba la policía contra los ciudadanos? ¿Twiteando?

¿Qué pasará mañana? No lo sé, porque viendo el nivel político que nos rodea, a un lado y otro del Ebro, cualquier cosa puede ser posible. ¿Qué me gustaría? Que cambiaran los interlocutores y dialogaran. Aunque sé que va a ser difícil si nadie se responsabiliza de las tristes imágenes que  hemos vivido en Catalunya.

Tal vez, lo más necesario es no perder la esperanza…

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