Un pupitre en Liberia

“Mi madre se va a África”

ALEJANDRA BERNARDO/Vigo Pontevedra España

Madrid, 15:00h,…pensando y sintiendo que todo lo que me ha pasado hasta el el día de hoy tenía que haber ocurrido…

A veces no hacemos cosas por miedo al dolor. Y cuando lo doloroso ocurre no lo entendemos. El paso del tiempo devuelve el significado, la explicación, los por qués, y hace que el puzzle encaje.

Me ha hecho gracia en la cola de control de pasaportes un grupo de colombianos, de algún equipo deportivo -todo lo máximo que llegué a leer en sus camisetas fue comité olímpico- hablando entre ellos,…ajena a la conversación me engancho justo en el momento en que uno de los chicos dice: “Buen punto negrito” sonando realmente cariñoso. Y es que su amigo era negrito. Alto. Guapo. Y negrito. Con su español colombiano perfecto. Me di la vuelta. Miré al “negrito” y sonreímos los tres.

Me gusta la vida que da ir por la vida, observando, escuchando. Los aeropuertos son expertos en enseñar vida. No tengo que correr así que puedo reparar en estas cosas. Una pareja, ella de pie, él sentado, ella le besa y agarra su cabeza contra su abdomen. Una madre, dos niños y un cuento. Tres amigos tomando una copa de vino tinto, charlando. Un chico solo leyendo. Otro que se acerca al bar del aeropuerto ( a uno de ellos, La Pausa, en este caso, a ver si me entendéis, esto es la T4, satélite, pero T4) y dice, “qué puedo comer por 3 euros?”…caray! nunca había oído eso aquí…”Por 2,80 tienes una napolitana” (la respuesta me arrancó la risa). Y esta “loca” expresándose de la manera que sabe, de lo contrario, piensa, lo que se queda dentro es como si no hubiera existido.

Hace no mucho, la idea de pasar 7 horas en el aeropuerto esperando por un vuelo se hubiera vuelto insoportable. Hoy tengo un libro, El amor y sus formas, un regalo acertado e inesperado, agradecido. Un ordenador, mi diario, un bolígrafo, un teléfono, una mochila llena de cosas, linterna frontal incluida, cargadores, otros libros, pasta de dientes, cepillo, una agenda, …Con todo esto tengo para más que para 7 horas.

Además tengo alegría por saber que vuelo hacia mi yo, mi “libertad”, libre hacia el proyecto deliberadamente elegido. Tengo pena también. Aunque tengo skype, notas de audio, instrucciones de cómo quiere las cartas (sí hablo de Mario), con letras y con dibujos, y una gorra roja con su colonia. Él la puso en su gorra y yo puse la mía en un pañuelo mío. Nuestro trato fue quedarnos una cosa el uno del otro con nuestro perfume y olerla a diario, ponérnosla. Yo no me he quitado la gorra desde ayer, desde que se fue. Bueno, dormí sin ella lo confieso,…Además, tengo fechas de verle, de abrazarle, por tanto, objetivos, y tengo fecha de nuevo, de tenerle, …que caray! si ya le tengo. Tengo un plan, el replan, no es el inicial pero me va a permitir acercarle a lo que inicialmente íbamos a hacer juntos.

Estoy sentada en una de esas sillas altas con una pequeña barra delante en la que he comido algo. Tengo la impresión de que sean las 8 de la tarde. No he dormido. Las noticas del vuelo cancelado. Perder la cartera. Recuperarla esta mañana a contrarreloj. El cambio de vuelo. Ufff…

Me cuelgan las piernas en la silla. Y me descubro a mi misma haciendo círculos con los pies, con los dos, hacia dentro los dos, los dos pies y los dos círculos. Y me siento como esa “niña orensana” que fui y que no quiero dejar de ser. Me sigue gustando estudiar y me siguen produciendo emoción las historias de los demás. Mi madre me enseñó la compasión. Cada día me doy cuenta de lo mucho que me enseñó.

Hoy me he encontrado con un chico argentino que trabaja en el aeropuerto. Me dirigí a él para preguntarle desde qué terminal salía mi próximo vuelo (sí, en Vigo me dieron un papeliño para un desayuno, y nada de información del nuevo vuelo y como estoy en modo no me enfado no sigo con la parte más fea del pensamiento instantáneo que fué y que ya desapareció). Me dió indicaciones sin dejar de hacer su trabajo. “Trabajo en todo el aeropuerto”, dijo. “Yo puedo ayudarte”. Me recordó a Terence, un personaje de Campanilla, un hado que se encarga de repartir polvo de hadas entre las demás hadas para que éstas puedan volar, un hado orgulloso de su don, un don común, aunque sin el cual ni la primavera, ni el verano, ni ninguna de las dos restantes estaciones llegarían a tierra firme. No sé si soy yo, si la actitud, si el volantazo, o el día. Veo cosas buenas y reparo en las que pareciendo pequeñas creo son las más grandes. Es el tiempo? Ahora también tengo tiempo. Y no tengo prisa. No, no tengo prisa. Te tengo!… tiempo!.

Os dejo el diálogo de Campanilla y Terence que me sé casi (lo que recuerdo) de memoria. Ella una tintineadora que aún poseyendo un don común pero muy especial se siente menos y mal porque no puede ser como las demás hadas con dones más atractivos y que sí van a tierra firme. Él, el mencionado hado. Ella arrodillada en el charco de polvo de hadas, él poniéndoselo en su cabecita.

– Ponme un poco más. Me marcho por un tiempo.

– Por cuánto tiempo te vas?.

– Para siempre Terence.

– Sabes cómo me llamo?.

– Claro. Por qué no iba a saber tu nombre?.

– Yo no soy importante. Sólo soy un simple guardián.

– Eres el personaje más importante en el país de las hadas. Sin ti las hadas no podrían hacer magia. Enorgullécete por eso. Por lo que eres. Tú don te convierte en lo que eres.

– Lo estoy (con esa cara de de verdad que lo estoy, no con esa cara que ponemos cuando nos consolamos, cuando nos justificamos, cuando nos contradecimos, cuando queremos aparentar ser felices, cómo vamos a revelarnos como lo contrario???!!!!).

Terence sólo dijo lo estoy y la cara de campanilla mudó. De inmediato la lección que pretendía ofrecer le vino de vuelta. Y consciente de que …. leer más

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